miércoles, 1 de octubre de 2008

Y el cimiento era sólo ceniza


Han comenzado las clases, y de nuevo el despertador trae bajo el brazo las ancianas siete de la mañana. Inclemencia. Vuelvo a proponer ante el respetable un cambio en el reparto: "quisiera por un día cambiar mi papel por el de mi pijama, y que hoy sea él quien acuda al trabajo, quedándome yo, como él hace, todo el día bajo la almohada". Más inclemencia: con todo-nadie esperando en la puerta no hay manera.

La cazadora comienza a sacudirse las escamas de armario, pero será insoportable a la hora de volver a casa. El entretiempo es la tibieza "ex indumentis".

La calle me restrega por su cuerpo: hoy paso a formar parte de los que se dejan acariciar por ella porque tienen un sitio al que ir; hoy salgo a la calle y el reloj, tras tres meses, vuelve a condenarme con su ángulo recto: son las nueve del primer día, y ya llego tarde; ese ángulo recto que mira al frente, y para algunos supone objetivos claros, mañanas límpidas con fines que casi se tocan con los dedos. Yo sólo veo el momento siguiente, en que empieza a torcerse y torcerse como la corteza del árbol cuando se seca.

Ladrillo: esa es la definición más completa de mi lugar de trabajo. Al doctor se le escurre una tilde entre los dedos, justo en el momento en el que hace un aparte en sus modelos de perfección (en el plano, sólo en el plano), y concede un minuto a la ortografía. Vaya por Dios: nos ha vendido su doctora excelencia un bocadillo relleno de pan y en mi zurrón ya no hay sitio para otro de estos ejemplares.

Y, continuo, se aparece, como una publicidad agresiva, un pensamiento: hace cuatro días salí del mar; este sitio ya me ha secado la piel, y acabará por secarme los ojos, que ya me pican por la falta de sal. Y maldigo el día que me até a la cintura el camino, y maldigo las curvas de utilidad, y sólo me explico en lo que ellos llaman inútil.

Pero también tengo peros, y es curioso, porque son los peros los que me sostienen: me queda el burro que me trajo del mar; me quedan algunos compases de Satie; me quedas tú, y con eso se alivian los cardenales que en mi cintura ha hecho el camino.

Y me queda Robe Iniesta:

Se rompió la cadena
que ataba el reloj a las horas.
Se paró el aguacero,
ahora somos, flotando, dos gotas.
Agarrado un momento a la cola del viento
me siento mejor.
Me olvidé de poner en el suelo los pies,
y me siento mejor.
Volar, volar...

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